corre caballo desbocado
de mis versos de bruma
en el silencio de los cascos sobre un suelo de nubes.
No se escuchan,
apasionados galopan sin rumbo fijo
con los latidos de mi corazón agónico,
estruendo interior de tormenta marina en acantilados
blancos de furia y espuma.
Cielo azul nublado impenitente,
de truenos que silencian y acaparan la atención,
distrayéndola de mis poemas imposibles,
yermos pues no encuentran proyección.
Gritan verdades que no quieren ser oidas
y sentimientos inmensos, solitarios, perdidos
en el anonimato de una realidad elusiva,
que ya se escapa entre mis dedos cansados.
Realidad que se resiste a la fuerza de mis versos,
como el acantilado a los golpes de las olas,
impulsadas por el caos del viento que sigue
a la baja presión de una tormenta.
Y se baña de la espuma de mi rabia,
contenida y desatada contra una realidad
que no comparto y que no cambia,
por mas que me estrelle contra ella.
Caos, somos caos inordenable,
de prejuicios, de modales, de convencionalismos,
eso a mis versos no le importa, se estrellan igual una y otra vez,
contra el acantilado de la desidia y la sordera.
Repetidamente en oleadas, de energía acumulada,
estallan y chocan con fuerza mermando, generando arena y playa,
domando con su desgaste al paisaje por milenios en premio a su constancia.
Por ello los escribo por que se seguirán estrellando contra ese acantilado
firme, voluntarioso, correcto y perfecto, esperando que no se doblegue
y se mantenga firme inclusive, cuando yo ya no esté.
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